jueves, 22 de mayo de 2008

Represión y Subversión

21/05/2008 Represión y Subversión

No fue extraño encontrarnos, el día 21 de mayo (día icono del Mes del Mar), con una represión que se justifica solo en un país en estado de alerta. Gran cantidad de contingente policial era posible observar camino a Valparaíso, desde Viña del Mar, por la Av. España; cada cuadra era decorada con un grupo de carabineros y su respectivo furgón.

La llegada al puerto era la amenaza a aquellos que como buenos constructores de una sociedad deseaban manifestar su descontento respecto de varios temas: Deudores habitacionales, Estudiantes, entre otros. Micros cargadas de policías recorrían la ciudad, mientras que, al igual que la marcha que se avecinaba, los carros lanza-agua, “zorrillos” y otros automóviles de carabineros demostraban a la población su poder represivo, pues no podemos negar que en nuestro país de poetas las metáforas abundan: Mientras que en el Congreso Nacional la democracia daba cuenta de su trabajo, en las calles esas ideas eran reforzadas por parte de sus peones. Y esta sería la primera metáfora de otras que se verían más adelante.

La convocatoria era en la Plaza Victoria, donde llegaron las distintas organizaciones, sectores sociales y, en general, actores sociales de nuestro país. Un ambiente de tensión se sentía incluso antes que comenzara a avanzar la manifestación.

Cuando ya estuvieron reunidos los manifestantes, comenzó la caminata hacia el glorioso Congreso Nacional, hogar de la Democracia y, por lo visto, único lugar donde podría encontrarse, si creemos en aquellos que dicen alguna vez haberla visto pasar por una de las muchas ventanas del edificio.

Avanzo la manifestación con tranquilidad, diversas consignas manifestaban el descontento hacia la labor de la clase política. Educación, no cumplimiento de promesas, desamparo por parte del Estado eran temáticas presentes casi todos los gritos.

Llegando a la Plaza del Pueblo se dio otra de las temáticas abundantes: Sin motivación alguna, más que ordenes desde arriba, comenzó la represión y, si es posible llamarla así, “en todo su esplendor”.

En la Plaza del Pueblo el Pueblo era perseguido y silenciado por la fuerza bruta, por la incapacidad de raciocinio y por el solo hecho de no dañar la imagen de una presidenta, la cual, al igual que un dictador, no puede cometer errores en su mandato y, por lo demás, se esconde tras banderas políticas las cuales no representa, ni en lo más profundo (si es que aún los partidos políticos representan algo en nuestro país).

Mas el pueblo no se rinde, y esa idea se refuerza a cada paso, a cada grito y a cada gesto de apoyo incondicional de aquellos que evitaban o encaraban a la mal llamada “fuerza pública”. Mientras más lacrimógena se mezclaba en el aire con las gotas de agua y mientras más agua sucia escupía el carro lanza-agua, más gente en cada esquina se replegaba con renovada fuerza. Pero no somos de piedra, no somos como aquellos que están arriba: Una mujer, en el suelo, rodeada de sus compañeras Deudoras Habitacionales, lloraba de impotencia y de angustia al no saber que hacer, desesperada ante la visión de incomprensión e insensibilidad de un Estado que se hace llamar democrático, del pueblo. Entre el apoyo de sus compañeras y las incitaciones a nunca dejar de luchar, a nunca desfallecer, la mujer se lamentaba haber votado por la Sra. Michelle Bachelet, la misma que en su discurso presidencial cargaba de emotividad una demagogia reconocible a kilómetros de distancia.

La manifestación, ya pasadas las 2:30 de la tarde aún no se apagaba, y no se apagará. Pues el pueblo, la población, las personas que se encuentran dentro del territorio chileno saben y sienten que las cosas no están bien, saben que a diferencia de los políticos y los militares (que pomposamente marchan llenos de orgullos por estar preparados para mancharse las manos de sangre de inocentes), ellas luchan todos los días: para comprar el pan, para cuidar y educar a los hijos, para pagar cuentas, defender sus derechos, construir un mejor país y nunca llegan a ser recompensadas por los poderosos, como lo hacen los militares por pasar su vida entrenándose para matar gente.

Cuando una camina por las calles llenas de gente esperando la micro, para llegar a sus hogares, y ve que estas se encuentran cerradas a causa de que los políticos tienen que pasar por ahí, uno se pregunta: Viviendo en los barrios altos ¿Quién necesita más protección, más resguardo policial, el político o la señora de la población que tiene que ir a comprar el pan por las calles solitarias en la noche, para la once de los niños? ¿Es necesario un auto de 30 millones para llevar a una sola persona de una ciudad a otra? (¡y luego alegar que no hay dinero para invertir en educación y salud!).

Entre tanto cuestionamiento me alegro de ver que en cada esquina, aunque pongan 100 policías, con solo tres personas capaces de pensar por si solas esos se vuelven inútiles, pues como decía un rayado en unas escaleras: Las balas no matan las ideas.


Diego Fernández G.

1 comentario:

L.L. dijo...

Aunque no comento mucho por que siempre estoy de prisas y apenas puedo saborear de pasada cada texto merecen una felicitacion por el logro de esta "revista web" que espero pueda conseguir un formato mas comodo un dia de estos, aun asi, es una labor tremenda que va dando sus frutos, cada numero aumenta en calidad y contenido haciendo cada lectura una especie de catarsis evolucionadora y maravillosa.

Aqui un perro fiel.